lunes, 27 de abril de 2009

A propósito de mis hermanos indígenas: LA DECISIÓN DEL CORONEL SEMINARIO Y ARÁMBURU - Breve cuento histórico


A propósito de las nuevas acciones tomadas por mis hermanos indígenas amazónicos; una reedición de este breve cuento histórico publicado el 19 de junio de 2007.

BREVE CUENTO HISTÓRICO
LA DECISIÓN DEL CORONEL SEMINARIO Y ARÁMBURU

Mientras esperaba que la gente llegara, un sólo pensamiento lo mantenía absorto. Ya había tomado una decisión. Sus ojos reflejaban una mezcla de satisfacción, sosiego y prudencia. ”Había sido y es el mejor momento”, se dijo, “Loreto crece sorprendentemente en su economía, gracias a los buenos negocios que hacemos con Europa. Francia, Italia, España, Portugal, e incluso Inglaterra, son excelentes mercados. Los precios internacionales del caucho, la shiringa y de cada riqueza que se encuentra, crecen cada día. Un vapor de la Booths partió ayer hacia Europa y cada vez lo hacen con mayor frecuencia. Se ha dado inicio a la construcción de grandes palacetes; los negocios diarios van sumando diez mil soles; la riqueza local representa más de seis millones de soles; y aportamos el 10 por ciento de las exportaciones nacionales. ¡¡Qué mejor momento que éste!!”.

Fue vuelto a la realidad por su Ministro General. Los invitados habían llegado y debía iniciarse prontamente este encuentro. Se empezó de manera cordial con saludos respetuosos y mesurados, y se pasó casi de inmediato a un sepulcral silencio, cortado únicamente por el sonido que producían los insectos, y por las voces provenientes de los animales desde lo lejos y profundo del bosque.

“Debe tomar una decisión, señor”, le instó con grave y apacible voz el líder de los mayorunas. Volvió solo brevemente el silencio, porque éste fue espantado abruptamente por Jiróma, indígena que ostentaba el más alto rango político, militar y ascendencia entre los witotos y los boras. Le dijo al Gobernador con voz firme pero amigable: “El Estado Federal de Loreto es uno de los mejores caminos, según te hemos comprendido, para terminar de una vez por todas con tanto exterminio, sufrimiento y dolor. Hermano, juntos hemos aprendido a convivir. Valoramos tus conocimientos, como tú valoras los nuestros. Para continuar andando juntos, debemos protegernos mutuamente. Tienes el apoyo de todos nuestros pueblos: el mensaje que te enviamos y que ahora te traemos de los hermanos Kandozi, Kukama-Kukamiria, Achuar, Kichwa, Tikuna, Shawi, Awajum, Ashaninca, Bora, Shipibo, Shiwilu, Witoto, Urarinas, Wampis, Secoya, Omaguas, Shetebos, Conibos, Encabellados, Orejones, Iquitos, Cahuaranos, Jíbaros, Mayorunas, Mayos, Remos, Pisahuas, Marubos, Nahuas, Piros, Vacacochas, Ocainas, Yahuas, Maynas y Záparas-Candoas; es claro y contundente. Tienes nuestro apoyo total para defender a Loreto, y nuestras fuerzas se ponen a vuestro servicio”.

El joven coronel Ricardo Seminario y Arámburu, quien a sus 28 años se había convertido en el flamante Gobernador del naciente Estado Federal de Loreto, escuchaba atentamente cada palabra que se decía; y observaba, en un estado especial de concentración, cada movimiento y gesto de quienes lo acompañaban. Frente a él se encontraba su Ministro General, el coronel Mariano José Madueño, de 42 años y escritor, para más señas. Ambos estaban sentados en la sala del despacho de la gobernación. El resto de las grandes y cómodas sillas albergaban, también, a la delegación de seis jefes indígenas que estaban sentados tres a cada lado, formando todos un involuntario semicírculo.

El Gobernador sabía que lo que había escuchado era totalmente cierto. Que la entrega indígena a una causa era imparable, irreversible e imprevisible. Recordó por un momento lo que había leído acerca de los pueblos de la Amazonía Peruana: nunca pudieron ser invadidos ni sometidos por los Incas, en el llamado Antisuyo; ni doblegados por los españoles ni los bandeirantes. “Solo fue posible entrar aquí”, pensó, “por el arduo y exitoso trabajo colonizador y evangelizador en la mente de los nativos, desplegado por los misioneros de toda orden. Decían que servían solo a Dios”.

Ocurría, pues, que lo acontecido en Iquitos el 2 de mayo de 1896; es decir, la instauración del Gobierno del Estado Federal de Loreto, había golpeado y remecido al gobierno del presidente peruano Nicolás de Piérola. Para evitar mayores repercusiones, y que esta acción pudiera ser imitada por el resto de un país que tenía fresca una horrorosa derrota militar y la cesión de territorios; Piérola dispuso el envío inmediato de fuerzas armadas leales en tres expediciones que debían encaminarse hacia Iquitos por mar y por tierra, para recuperar parte del poder perdido; así como recuperarse de la vergüenza que le fuera infligida por esta histórica decisión de los nativos y mestizos amazónicos loretanos.

El Gobernador tenía conocimiento que el barco “Constitución” había zarpado el día 29 de junio del puerto El Callao, con numerosos contingentes y abundantes pertrechos militares. Para llegar a Iquitos tenía, por lo tanto, que hacer una travesía que estimaba debía ser, sin duda alguna, la siguiente: El Callao – Pisagua – Punta Arenas – Montevideo – Salvador y Belém do Pará, a una velocidad promedio de once nudos. Luego debían llegar hasta Manaos, para de allí bajar y acometer Iquitos con toda la fuerza que la oligarquía tradicional les había autorizado emplear, con la finalidad de defender sus intereses económicos. Procurando ser lo más certero posible, calculaba que podrían arribar hacia finales del mes de setiembre.

Lo que más le preocupaba eran los contingentes militares que habían partido por tierra. De acuerdo con la información confidencial recibida, eran dos las expediciones que saldrían para acabar con lo que el gobierno nacional había denominado “brote subversivo”. Una usaría la vía Salaverry – Áscope – Cajamarca – Moyobamba; y la otra usaría la vía del ferrocarril central y luego seguiría por el Pichis. Éstos podrían llegar más rápido.

Era hora, pues, de tomar una decisión. El reloj de péndola francés señalaba las 12 del mediodía del domingo 10 de julio. “Una decisión de esta naturaleza”, empezó a decir mirando a los ojos a todos de manera alternada, “que es defender nuestro Estado Federal, es lo más heroico y sublime que nace en el corazón de cada uno de nosotros. Y valor, fuerza, arrojo, inteligencia y convicción es lo que nos sobra, demás está decirlo. Las expediciones terrestres y marítimas si bien llegarán exhaustas y extenuadas, se podrán recuperar en corto tiempo, con la ayuda de nuestros opositores y de los traidores a nuestra causa. Será entonces que estarán en condiciones de hacer uso de las modernas armas adquiridas, y romperán las Reglas del Empleo de la Fuerza para recuperar el poder que les hemos arrancado”.

Hizo una breve pausa, y continuó “Me siento honrado por la confianza que vuestros pueblos me brindan, y me siento emocionado por vuestra entrega para defender nuestros territorios; pero debo admitir que las condiciones para continuar con esta hermosa gesta, aun no están dadas”.

“¡¡No!!”, dijeron casi al unísono todos los guerreros indígenas, “¡¡podemos acabar con ellos!!. ¡¡Somos miles, hermano, nuestra gente solo espera una orden nuestra para entrar en acción!!”.

“Lo sé”, dijo el Gobernador, “lo sé”, repitió cariacontecido. “Yo conozco al adversario y ustedes conocen el terreno. Hacemos un excelente equipo, somos un Frente Para Loreto. Pero, insisto, cuando las condiciones no están dadas, sería una imprudencia tomar la decisión de quedarnos a repeler la arremetida antifederalista. Hermanos, habría un innecesario sacrificio que diezmaría mucho más nuestra ya menguada población indígena”. “¡¡Preferimos este sacrificio por nuestra libertad, que seguir viviendo como lo estamos haciendo!!”, replicó Jiróma tratando infructuosamente de persuadir al Gobernador ya que sentía y percibía lo que a continuación iba a escuchar.

“He decidido”, dijo el coronel Seminario, ”que nuestra estrategia para esta situación será la de NO LUCHAR. Hoy no. Esperaremos. Con paciencia. Con mucha paciencia. Les pido, hermanos, que cuando retornen a sus pueblos digan a toda la gente que el 2 de mayo de 1896 será recordado siempre; y que deberán esperar hasta que el momento oportuno llegue. Y si llegado el momento me encontrase lejos, tendrán que ayudar a aquellos que compartan nuestro ideal de Libertad, y hayan tomado la decisión de continuar nuestros propósitos. Espero que sea en poco tiempo. Que el Poder de la Naturaleza y la Bendición del Señor, siempre los acompañe. Hasta pronto”. Eso fue todo. Se despidieron, y se retiraron todos. En silencio. Tristes. Muy tristes. Hasta la decisiva siguiente oportunidad...

FIN

Iquitos, 19 de junio de 2007

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